Los últimos comunicados y
declaraciones públicas de los actores del conflicto colombiano han despertado
expectativas sobre la posibilidad de una salida negociada, de igual forma han
avivado un intenso debate sobre si es pertinente o no. Publico estas líneas en éste
espacio por su extensión, no obstante hacen parte de los comentarios que le
hago a la columna Los signos de una voluntad de paz: negro es blanco, en estas propongo aspectos a introducir en la dicusión y expongo mis puntos de vista.
...Sería interesante introducir a la
discusión la visión del otro que implica cada uno de los dos caminos por los
que, por ahora, creemos que puede alcanzarse la paz; el primero de ellos, la
paz romana o la pacificación, bandera del gobierno Uribe y que consiste en el
exterminio sistemático del enemigo por medio de combates, la supresión de sus
cadenas de suministro y su descalificación como interlocutor razonable y humano
con el fin de evitar que consiga cualquier tipo de apoyo de parte de la opinión
pública y que por lo mismo termine aniquilado; en este caso el otro no es más
que un extraño que perturba el orden social, al que hay que temerle y erradicar
pues es la causa de todo desorden, su única motivación, su único fin es entorpecer
el desarrollo de la comunidad, enfermar la estructura social; quizá el más
recordado de los casos en el que un grupo fue tratado bajo esta visión es el de
los judíos durante el Tercer Reich, durante el cual los dirigentes nazis los
expusieron como el enemigo único del progreso alemán, con amplia aceptación de
la opinión alemana, con la trágicas consecuencias que hoy conocemos, con la
insuperable vergüenza que nos heredó.
Una forma distinta es la que nos
muestra la paz negociada, la paz acordada, que a diferencia de la
pacificación no implica la ausencia del
enemigo, del otro; solo requiere para darse la consecución de consensos. Bajo
éste enfoque el otro no es un extraño perturbador que pone en riesgo el orden
social; el otro se observa como un sujeto critico, racional y ético que toma
posturas frente al mundo, y que está dispuesto a argumentarlas; es decir que el
otro ya no es un ser incivil, por el contrario es un ser útil que identifica
problemas, los pone en evidencia y lucha por resolverlos.
Aceptar la posibilidad de dialogo
es aceptar ver a las FARC con otros ojos, es reconocer la racionalidad sus
miembros, aunque muchos de sus actos no sean razonables, es dejarlos de pensar
en términos maniqueos, es darles un estatus de interlocutor válido, abrir una discusión
sobre las bases mismas del conflicto.
Creo que la discusión que
realmente debe darse acerca de cuál de los dos caminos recorrer, debe partir de
la calificación los costos del conflicto (y no solo su cuantificación, algo en
lo que ya estamos curtidos) y de preguntarnos si como sociedad estamos
dispuestos a seguir pagándolos y a acarrear con sus secuelas; esto es una
cuestión fundamentalmente ética, que rebasa los escenarios de lo técnico y
militar.
De lo que si estoy convencido, es
que el fin del conflicto no está en la ausencia de sus partes.