Archive for 2017

A propósito del desarrollo, la corrupción y la confianza en las instituciones

En los últimos días se han revelado ante a la opinión pública grandes hechos de corrupción en los máximos órganos de justicia del país. Día tras día, las declaraciones que hacen los implicados, comprometen personas en las más altas esferas del poder público y pasan a engrosar el memorial de agravios (ojalá no de olvidos) en el que se ha convertido nuestra historia nacional; motivos engañosos que algunos transforman en argumentos para indicar que es sano adoptar el pesimismo y la desconfianza generalizada en las instituciones, como rasero para el cumplimiento de las obligaciones propias.

En este sentido, el incumplimiento que realizan los corruptos de sus deberes legales y morales, parece ser una autorización para omitir los propios; más aún cuando lo que realmente pareciera molestar a muchos se encuentra en no recibir los beneficios que estos grupos de individuos disfrutan, más que en el daño social que generan. De hecho, a muchos no les resulta difícil sentir empatía por un sujeto corrupto, y cuando se imaginan en su lugar, encuentran de algún modo, su actuación como racional (consecuencia de un silogismo perfecto), un acto casi ineludible y natural de sacar provecho individual. Una manifestación clara de los conceptos más dañinos de nuestra idiosincrasia (el vivo vive del bobo, el poder es pa´ poder..., etc.) que constituyen una prueba clara de su culto al avispado.

Escándalo tras escándalo, la realidad política y moral del país se impone sobre el anhelado deber ser; dejando como ejemplo, que la ambición personal desaforada en un ambiente contaminado como el nuestro no es un problema, sino una máxima de acción útil que debe observarse con prontitud. Si no lo tomo yo, lo tomará otro; llevándonos a un eterno retorno en la tragedia de los comunes.

Por otro lado, en una situación como la actual, no es difícil hallar en la indiferencia un lugar cómodo para descansar. Opción tomada por un gran número de personas que con su tolerancia pasiva alejan la mirada del asunto sin repuesta, en un claro ejemplo de indefensión aprendida. Lo cual permite que el problema se agudice, porque esta forma de asumir (huir) de la realidad adoptada con frecuencia, abona el terreno para que la ejecución de actos de corrupción no reciba una verdadera sanción social.

Asumir posiciones resignadas, conformistas y/o cómodas frente a los hechos de corrupción, no sería un problema si hacerlo no tuviese una consecuencia real sobre la dinámica económica y las posibilidades de desarrollo de las naciones y sus habitantes. Recientemente fue publicada la última versión del reporte de competitividad global del Foro Económico Mundial, en el que se evalúan múltiples factores de productividad de un país. En esta oportunidad Colombia ocupó el puesto 66 entre 137 países, desmejorando su posición anterior en 5 puestos, en dónde el primer puesto corresponde al país más competitivo y el último al menos competitivo. Entre los hechos que explican estos resultados se encuentra precisamente el deterioro de la confianza en las instituciones.

Una mirada más detallada al indicador muestra que Colombia ocupa el puesto 117 en cuanto a eficiencia de sus instituciones entre las 137 naciones analizadas, y que la corrupción es el primer problema para la competitividad del país, seguido de lejos por las altas tasas de impuestos y la ineficiencia de la burocracia gubernamental.

Bajo el contexto actual es bastante claro que los ejecutores de actos de corrupción son los principales responsables del problema. No obstante, también existe corresponsabilidad en el resto, que adoptando la aprobación silenciosa o la indiferencia explicita, favorece su ejecución continuada en el ambiente impune de la desconfianza y desesperanza aprendida.

Lo bueno del asunto es que retirado el velo del enemigo único como causa explicativa de todo problema en nuestro país, ahora sabemos que es necesario mirar hacia adentro para reconocer y tratar la fragilidad moral, la apatía y escepticismo exacerbado que nos forma como personas; como primer paso para el cambio y desarrollo en cualquier nivel de asociación.

Yuval Harari, en su libro De animales a dioses, ilustra cómo la capacidad de imaginar ficciones y usarlas como principio de ordenación de la vida, permite la cooperación flexible de grandes cantidades de personas (nuestra más grande ventaja evolutiva). Así, la confianza en la creencia colectiva sustenta los modos individuales de actuar y habitar que dan forma a las relaciones que tenemos con los otros y el mundo.

En mi opinión, vale la pena elegir ver y trabajar en Colombia la posibilidad de un país próspero lleno de individuos responsables, que encuentran en la argumentación y el respeto por la diferencia una manera de resolver sus propios problemas y contribuir a la solución de los de los demás; con instituciones flexibles, modernas y autocríticas al servicio de las personas; como ficción positiva útil en la búsqueda del progreso social.

Así, una visión llena de confianza en nuestro futuro común, permitiría y motivaría la suma de esfuerzos colectivos necesarios para tener un país mejor, una vida mejor, un desarrollo individual mejor, y acercarnos a la reflexión ética necesaria para evitar la corrupción.

Referencias

Harari, Y. (2014). De animales a dioses. Breve historia de la humanidad. Editorial Debate.
Schwab, K. (2017). The global competitiveness report 2017-2018. Geneva: World Economic Forum

*Esta reflexión fue publicada originalmente el 03 de octubre de 2017 en la sección de opinión de UdeA Noticias

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A propósito de la felicidad de la guerra

No deja de sorprender la singular actitud adoptada por un gran número de personas con respecto al acuerdo de paz y su implementación. Lejos de tomar este hecho como una realidad que bien o mal abre la puerta hacía una nueva dinámica argumentativa y la visibilización de las necesidades de regiones olvidadas; pasan de la indiferencia a la indignación manifestando un malestar creciente por unos beneficios concedidos a "agentes del terror" en lugar de un "merecido" sitio en el patíbulo.

Esta situación no es trivial y evidencia al menos dos cosas: el desconocimiento de la historia y la fragmentación profunda en un país con identidad inmadura y maleable. La negación (por aceptación o falta de información) de las causas del conflicto que derivaron en una confrontación bárbara y vergonzosa de la que ningún bando sale bien librado; y el desinterés por la suerte de otros que ocupan lugares geográficos distantes (no lo están tanto) constreñidos por la violencia, son prueba de ello.

Estanislao Zuleta, en Sobre la guerra, presenta el concepto de felicidad de la guerra, como ese aspecto inconfesable y decisivo que alienta la confrontación, el regocijo que obtiene un individuo de su disolución en una comunidad unida, en la que encuentra una aprobación sin sombras ni dudas que confronta al perverso enemigo, fuente de todas las diferencias, problemas y conflictos. Un sentimiento de satisfacción colectiva que surge de la atribución de la única razón y el más grande honor.

Este éxtasis, al que Zuleta llamaría también borrachera colectiva, sumado a la miopía acomodada que líderes de opinión de todos los frentes (a los que llamamos políticos) generalizan, ha terminado por coptar el discurso y reducir a su mínima expresión la posibilidad de debate; llevando a pensar que la guerra con sus muertos y sus costos son un precio bajo por mantenerlos lejos del fantasma del socialismo, en un claro reencauche macartista, o que la más mínima y legitima oposición es una afrenta a la paz y evidencia de una naturaleza beligerante.

Más allá de si se está de acuerdo con las condiciones pactadas para la terminación de la guerra, en algunos casos menos laxas que las impuestas en procesos similares adelantados previamente. Vale la pena preguntarse por el país que queremos y el aporte que estamos dispuestos a realizar individualmente, sin caer en radicalismos ni relativismos, con la vista en el presente y en el futuro.

Pregunta y acciones revestidas de importancia, que no deben quedar al vaivén del ánimo colectivo, y que exigen al menos un momento de reflexión seria. En este punto vale la pena recordar las palabras de Zuleta:
"Si alguien me objetara que el reconocimiento previo de los conflictos y las diferencias, de su inevitabilidad y su conveniencia, arriesgaría paralizar en nosotros la decisión y el entusiasmo en la lucha por una sociedad más justa, organizada y racional, yo le replicaría que para mí una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos. De reconocerlos y de contenerlos. De vivir no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos. Que sólo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz".
El reconocimiento del valor del papel individual que desarrollamos en la construcción del país debe ser un imperativo, sea cual sea la posición que tomemos.

*Esta reflexión fue publicada originalmente el 21 de junio de 2017 en la sección de opinión de UdeA Noticias

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A propósito del mito fundacional y el desarrollo organizacional

"A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires: La juzgo tan eterna como el agua y el aire". Fundación mítica de Buenos Aires. JLB.

Recientemente descubrí la polémica que existe al rededor del poema; cuyo fragmento inicial da origen al título del libro que Héctor Abad Faciolince escribió sobre su padre, El olvido que seremos que fue encontrado transcrito a mano en el saco que llevaba puesto Héctor Abad Gómez al momento de su muerte y que se convirtió en epitafio de su tumba. El texto cuya belleza no es puesta en duda, y que desde luego está a la altura del maestro, es considerado un apócrifo atribuido a Borges y no se encuentra en los volúmenes que recopilan su obra completa.

Sin importar quien sea su autor -numerosas y eruditas epístolas cargadas de insultos líricos y refinados se han escrito al respecto-, dos cosas hacen al poema indispensable, más allá del encanto de sus rimas. Su presunto autor y su fatídica y perentoria ubicación. Y a pesar de que han sido puestas en duda, la sola idea de su posibilidad lo eleva por curiosidad humana al mundo de lo fantástico.

El poema, sin necesidad de ser nombrado, gracias a la trama que lo acompaña se ofrece interesante y lleno de valor. Su origen y su última locación –ahora llenos de incertidumbre–, míticos por así decirlo, atrapan sin esfuerzo a sus futuros lectores.
Siendo este, un ejemplo simple de la motivación para la acción que provee una historia.

La palabra griega αἴτιον (aition), cuyo significado es "causa", puede utilizarse para denotar el concepto de mito fundacional, una explicación heroica o sobrenatural del origen de una cosa, lucha o propósito que como composición literaria engloba los conceptos que los hombres atribuyen o quieren atribuir en su orden, al mundo fáctico que transforman.

El mito fundacional es propio de todo lo que hacemos, como ungüento; justifica, motiva y aprueba los actos que realizamos, sirviendo cual torre medieval, como escudo y como espada. Las organizaciones no son ajenas a ellos. Los estados los han usado siempre, desde Rómulo y Remo hasta el heroísmo independentista motivado por el exceso de tiranos, para todo tipo de extremos maniqueos.

En el ámbito organizacional moderno, la empresa privada de nuestro tiempo, el mito fundacional no es menos importante, aunque sí con frecuencia omitido. La ficción del recurso material como causa y fin de la satisfacción humana, impulsada por la figuración del homo economicus como modelo predominante de la escuela económica neoclásica, se desvanece frente a la realidad de la racionalidad limitada y la elevación de los estándares básicos de vida al rededor del mundo, con lo cual cada vez más personas inician la búsqueda de la felicidad como propósito de vida.

Así, la necesidad de realización personal encuentra en los mitos fundacionales modernos y en el desarrollo de las actividades de las organizaciones que conformamos, una manera de ser satisfecha al menos parcialmente. Lo interesante del asunto, es que los mitos fundadores son inacabados y al igual que todos los hechos de la historia mutables y sujetos de interpretación. Objetos maleables y adjudicatarios de sentido.

Actualmente las organizaciones con altos estándares éticos y fines superiores, impulsan la creación de valor más allá de los rendimientos financieros para sus accionistas o el crecimiento económico. Los aportes al desarrollo social y medioambiental pasado, presente y futuro, expanden el influjo de la organización y vinculan emocionalmente a las personas que la conforman con su operación, promoviendo el crecimiento continuo de la empresa como reflejo del crecimiento coordinado individual y la consolidación de una visión fuerte que expande, complementa o crea la imagen de aporte superior a la vida en comunidad.

Luego, la existencia del mito fundacional o la creación del mismo, permite la consolidación de estrategias de desarrollo organizacional sustentables y coherentes, que compartidas y accionadas, generan el cambio deseado y contribuyen a lograr los objetivos misionales. La aplicación de modelos de diseño organizacional, entonces, además de la tradicional visión inspiradora, deben contemplar el misticismo y el respeto por fines superiores como base para actuar. Casos como los de Odebrecht, nos recuerdan a diario la relevancia de los principios y las consecuencias de omitirlos.

En conclusión, las organizaciones actuales, como parte de su estrategia de desarrollo deben incluir el cuidado de su historia y su construcción futura a través del ahora, como actividades creadoras de sentido, y proveedoras de oportunidades para la satisfacción social y escenarios para la realización personal de sus miembros. El mito fundacional adecuado y su constante validación propician el refuerzo de ciclos de inercia positiva que apalancan el desarrollo de la organización.

*Esta reflexión fue publicada originalmente el 13 de marzo de 2017 en UdeA Noticias

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