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A propósito del desarrollo, la corrupción y la confianza en las instituciones

En los últimos días se han revelado ante a la opinión pública grandes hechos de corrupción en los máximos órganos de justicia del país. Día tras día, las declaraciones que hacen los implicados, comprometen personas en las más altas esferas del poder público y pasan a engrosar el memorial de agravios (ojalá no de olvidos) en el que se ha convertido nuestra historia nacional; motivos engañosos que algunos transforman en argumentos para indicar que es sano adoptar el pesimismo y la desconfianza generalizada en las instituciones, como rasero para el cumplimiento de las obligaciones propias.

En este sentido, el incumplimiento que realizan los corruptos de sus deberes legales y morales, parece ser una autorización para omitir los propios; más aún cuando lo que realmente pareciera molestar a muchos se encuentra en no recibir los beneficios que estos grupos de individuos disfrutan, más que en el daño social que generan. De hecho, a muchos no les resulta difícil sentir empatía por un sujeto corrupto, y cuando se imaginan en su lugar, encuentran de algún modo, su actuación como racional (consecuencia de un silogismo perfecto), un acto casi ineludible y natural de sacar provecho individual. Una manifestación clara de los conceptos más dañinos de nuestra idiosincrasia (el vivo vive del bobo, el poder es pa´ poder..., etc.) que constituyen una prueba clara de su culto al avispado.

Escándalo tras escándalo, la realidad política y moral del país se impone sobre el anhelado deber ser; dejando como ejemplo, que la ambición personal desaforada en un ambiente contaminado como el nuestro no es un problema, sino una máxima de acción útil que debe observarse con prontitud. Si no lo tomo yo, lo tomará otro; llevándonos a un eterno retorno en la tragedia de los comunes.

Por otro lado, en una situación como la actual, no es difícil hallar en la indiferencia un lugar cómodo para descansar. Opción tomada por un gran número de personas que con su tolerancia pasiva alejan la mirada del asunto sin repuesta, en un claro ejemplo de indefensión aprendida. Lo cual permite que el problema se agudice, porque esta forma de asumir (huir) de la realidad adoptada con frecuencia, abona el terreno para que la ejecución de actos de corrupción no reciba una verdadera sanción social.

Asumir posiciones resignadas, conformistas y/o cómodas frente a los hechos de corrupción, no sería un problema si hacerlo no tuviese una consecuencia real sobre la dinámica económica y las posibilidades de desarrollo de las naciones y sus habitantes. Recientemente fue publicada la última versión del reporte de competitividad global del Foro Económico Mundial, en el que se evalúan múltiples factores de productividad de un país. En esta oportunidad Colombia ocupó el puesto 66 entre 137 países, desmejorando su posición anterior en 5 puestos, en dónde el primer puesto corresponde al país más competitivo y el último al menos competitivo. Entre los hechos que explican estos resultados se encuentra precisamente el deterioro de la confianza en las instituciones.

Una mirada más detallada al indicador muestra que Colombia ocupa el puesto 117 en cuanto a eficiencia de sus instituciones entre las 137 naciones analizadas, y que la corrupción es el primer problema para la competitividad del país, seguido de lejos por las altas tasas de impuestos y la ineficiencia de la burocracia gubernamental.

Bajo el contexto actual es bastante claro que los ejecutores de actos de corrupción son los principales responsables del problema. No obstante, también existe corresponsabilidad en el resto, que adoptando la aprobación silenciosa o la indiferencia explicita, favorece su ejecución continuada en el ambiente impune de la desconfianza y desesperanza aprendida.

Lo bueno del asunto es que retirado el velo del enemigo único como causa explicativa de todo problema en nuestro país, ahora sabemos que es necesario mirar hacia adentro para reconocer y tratar la fragilidad moral, la apatía y escepticismo exacerbado que nos forma como personas; como primer paso para el cambio y desarrollo en cualquier nivel de asociación.

Yuval Harari, en su libro De animales a dioses, ilustra cómo la capacidad de imaginar ficciones y usarlas como principio de ordenación de la vida, permite la cooperación flexible de grandes cantidades de personas (nuestra más grande ventaja evolutiva). Así, la confianza en la creencia colectiva sustenta los modos individuales de actuar y habitar que dan forma a las relaciones que tenemos con los otros y el mundo.

En mi opinión, vale la pena elegir ver y trabajar en Colombia la posibilidad de un país próspero lleno de individuos responsables, que encuentran en la argumentación y el respeto por la diferencia una manera de resolver sus propios problemas y contribuir a la solución de los de los demás; con instituciones flexibles, modernas y autocríticas al servicio de las personas; como ficción positiva útil en la búsqueda del progreso social.

Así, una visión llena de confianza en nuestro futuro común, permitiría y motivaría la suma de esfuerzos colectivos necesarios para tener un país mejor, una vida mejor, un desarrollo individual mejor, y acercarnos a la reflexión ética necesaria para evitar la corrupción.

Referencias

Harari, Y. (2014). De animales a dioses. Breve historia de la humanidad. Editorial Debate.
Schwab, K. (2017). The global competitiveness report 2017-2018. Geneva: World Economic Forum

*Esta reflexión fue publicada originalmente el 03 de octubre de 2017 en la sección de opinión de UdeA Noticias

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