Es lamentable observar como las elecciones presidenciales, un proceso que en condiciones ideales debería permitir la renovación del interés ciudadano en el desarrollo del país, se ha convertido en una vergüenza más que contar en las innumerables que nos aquejan.
Esta es una contienda negra en todos los sentidos. Candidatos sucios y acciones sucias que a diario nos sirven como cátedra malvenida para aprender que la ambición lo puede y permite todo, que mentir no es un problema moral sino una cuestión de fines y usos prácticos. Las elecciones nos enseñan (y recuerdan) que vamos mal, no sólo en el sentido de los economistas.
Al mejor estilo romano asistimos ansiosos al circo. Escándalo tras escándalo descubrimos lo que se oculta tras la fachada de promesas de un mejor futuro, una mano firme, el sosiego de la paz y el debilitamiento de la delincuencia. Candidatos títeres, mal preparados y ambiciosos.
Y a pesar de todo lo anterior, lo inverosímil a penas se acerca, patéticamente saldremos a votar como marionetas, para ganarnos medio día, a legitimar el sin sentido de elegir lo que sea para que el país prosiga . Participaremos en un proceso electoral que nos lleva por inercia a tomar una "decisión" que sólo le sirve a unos cuantos. Si el fin de las elecciones es escoger lo que nos gusta y conviene al país, en esta ocasión desde ya fracasamos.