Archive for 2015

A propósito del uso de la extrema violencia o la publicidad del poder

No sin razón, amplios sectores se han escandalizado con  los recientes acontecimientos en la ciudad de París. Voces solidarias se han sumado con un intangible y efímero apoyo a un "Pray for Paris", mientras otros les recuerdan que tragedias similares ocurren a diario en otras regiones (como la nuestra) a manera de reclamo.

El uso sistemático y racional de la extrema violencia no es nuevo y por el contrario ha hecho parte de la historia misma de todos los pueblos. Pasando de oeste a este y viceversa, los excesos se han usado como el instrumento de comunicación e implementación más efectivo en la búsqueda del establecimiento de nuevas formas de poder y el agotamiento de las existentes.

Como señales inequívocas de presencia y ausencia, los usos dados al terror indican y recuerdan la incertidumbre atada al acto de vivir, perdida a causa de la seguridad que nos brindan las áridas rutinas y el confort de los equilibrios sociales que temporalmente se establecen.

Terrorismo, terror y respuesta constituyen una triada común en sentido, e inversa en impacto para opresores y oprimidos, para invasores y rebeldes, para libertadores y tiranos. Hechos comunes al servicio de los fines, de lo que creemos son, dos bandos que allanan el camino para acciones que alientan el pulso de y por el poder.

Casi tan lamentable como la pérdida de vidas en el Medio Oriente y en París,  lo es el hecho de que tácitamente con el uso de una (aparente) inteligente indiferencia o una solidaridad manifiesta, servimos a unos y otros, legitimando la estrategia de la guerra. 

En mi opinión, en la abundancia y la ausencia de todo que es nuestra vida, vale la pena detenernos y preguntarnos, si acaso fuera relevante, cuál es nuestro papel como individuos y ciudadanos en la definición del orden mundial, y qué curso de acción debemos elegir seguir. 

Tal y como expresó Kant, "La libertad es la facultad que aumenta la utilidad de todas las demás facultades".


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A propósito de la Legitimidad del Proceso de Paz, un modelo para armar

Inicialmente esta columna tenía como tema el papel de la opinión pública en la probabilidad de éxito en el proceso de paz, pronto me dí cuenta que para comprenderlo es necesario realizar algunas precisiones que permitan definir y contextualizar lo que llamamos proceso de paz. A continuación se presentarán algunas definiciones y un modelo simple sobre las etapas del proceso de paz y los factores que condicionan el éxito en cada una de ellas y por último una discusión sobre la legitimidad en el proceso.

Lo primero que se debe observar, es que el nudo gordiano que se nos presenta como proceso de paz, es en realidad una serie de fases eslabonadas sujetas a condiciones y factores diversos, cuyos resultados o propósitos son de naturaleza distinta y compleja, esta son en su orden: negociación, refrendación y aplicación.


Negociación

Durante la primera etapa, el objetivo es el consenso, el cual puede alcanzarse de tres maneras. La primera consiste en que una de las dos partes adopte los intereses o fines de la otra (una concesión total), la segunda que ambas adopten intereses y fines de la otra, lo cual implica que abandonen necesariamente una fracción de los suyos (una concesión parcial), y la tercera que en el proceso de negociación se encuentren unos nuevos intereses y fines tan atractivos que las hagan desistir de mantener los que en un principio generaron el  conflicto. Para el Gobierno y las FARC es claro que en el caso colombiano,  nos encontramos ante el segundo escenario de construcción de consenso.

Refrendación

Si bien al inicio se dijo que en esta etapa se sometería  a aprobación todo lo acordado en la Habana, su propósito no es otro que comprometer a la población en el cumplimiento del consenso que los equipos negociadores de ambos bandos construyeron. Ahora se sabe que legalmente las decisiones que los plenipotenciarios no requieren de la aprobación popular en la urnas [1], sin embargo todos, tanto opositores como las partes del proceso entienden que solo la aceptación de las mayorías le brindará la legitimidad necesaria a lo acordado para que pueda ser llevado a la práctica. Esta paz es eminentemente un asunto político.

Aplicación

Por último la aplicación, que corresponde a la etapa de posconflicto, en la práctica estará compuesta por el cumplimiento de los compromisos más álgidos en el corto plazo: justicia transicional y participación política, dado que el resto del grueso de los acuerdos no son más que tareas pendientes que en la nada se alejan de los fines constitucionales del Estado: autonomía regional, desarrollo rural, justicia social y garantías para el ejercicio de la oposición.

De regreso a la actualidad del proceso

Durante los últimos días hemos presenciado que tanto las voces a favor como en contra del actual proceso de paz han agudizado su batalla mediática para crear condiciones frente al, que perece ser, inminente proceso de refrendación. No es fortuito que el principal partido de oposición en Colombia ahora invite a prolongar las negociaciones y a discutir con mayor calma cada uno de los puntos de la agenda, sea lo que sea lo que se firme en la mesa, con solo llevar como título la palabra PAZ, será difícil de derrotar en la urnas. Y aunque no es posible tener certeza absoluta sobre si habrá acuerdo en la Habana, todos los actores interesados reconocen que la favorabilidad de la opinión pública es el recurso clave que hoy se encuentra en disputa.

No son pocos los temas álgidos en discusión en esta oportunidad y con razón: justicia transicional y participación política son los escenarios y futuras realidades que precisamente demandan un mayor sacrificio ético y legal por parte del Estado colombiano como cuota para el fin de la guerra, y en todo caso necesarios, si se espera que la guerrilla haga entrega de las armas.

Y es que conviene hacer una afirmación dura pero necesaria. Lo que se negocia en cualquier proceso de esta clase principalmente, es una paz técnica y no una paz social. En la primera lo que se busca es el fin de la confrontaciones bélicas y el compromiso de aceptación de los rebeldes del conjunto de normas, mecanismos e instituciones nacionales, la de dejación de las armas y la garantía de no repetición (intereses particulares). Mientras que el conjunto de elementos que estructuran la paz social además de los anteriores, se encuentran los procesos de justicia social, verdad y reparación de víctimas, y los acuerdos sociales para poner fin a las causas-raiz del conflicto (intereses más allá de la mesa). 

Lo cierto es que el proceso actual no es la excepción, y a pesar de que en un principio se trató de dejarlo claro, con el mismo nombre dado a la negociaciones "acuerdo para la terminación del conflicto" (no acuerdo de paz); los intereses de las partes, las necesidades electorales y el afán de convencer a la opinión pública han llevado a redefinir los límites que inicialmente se habían fijado.

Legitimidad, ¿la espada de Damocles? 

Lo paradójico para el Gobierno es que la legitimación de los acuerdos exige necesariamente mostrar sus fallas en el manejo del proceso. Para comenzar, deberá hacer una clara distinción del tipo de interlocutor con el que actualmente dialoga, tendrá que darle un lugar que la opinión pública actualmente no acepta ni entiende porque merece, y con razón.

El Gobierno está en deuda de aclararle a la población que desde que eligió emprender las negociaciones dejó de ver a sus contrincantes como bárbaros terroristas para tratarlos como sujetos políticos e interlocutores validos para construir un proyecto de nación; y hasta que esto suceda, ni los militares ni la población civil entenderán lo que realmente está ocurriendo en la mesa. 

La tarea no es sencilla (quizá si suicida), pues se deberá favorecer una  valoración positiva de las FARC que permita a la población entender porque esos que durante más de 12 años han sido nombrados como bandidos y terroristas como política de Estado, hoy son tratados como iguales en la mesa de dialogo. Solo esto podrá hacer comprender que no se está negociando la rendición ni la entrega de un bando, ni se están brindando concesiones como males menores a los perpetradores del terror para evitar los mayores que representa la guerra, sino que se está haciendo esto y otras cosas más.

Lo anterior sería situarse bajo la espada de Damocles. Sin embargo lo interesante del asunto, es que precisamente, ya se encuentra bajo una. Esa falta de claridad, sobre como está observando a su interlocutor, es actualmente su principal obstáculo frente al favor de la opinión pública;  las personas no se explican porque se debe negociar con terroristas (como los ven actualmente), y su lectura solo deja dos conclusiones: el Estado se está rindiendo sobre una amenaza insorteable o el enemigo desea entregarse. La primera nefasta para la democracia, la segunda una completa falacia.

En cualquier caso, y dejando a un lado el pragmatismo necesario en este tipo de asuntos, no deja de ser desalentador entender que como Estado, todavía somos inmaduros, que a la hora de tomar las decisiones más importantes solo nos llaman para hacer bulto, y que efectivamente aun nos falta mucho para salir de la minoría de edad política en la que nos encontramos.

Sobre esto último, vale la pena traer una de las conclusiones de la última charla dictada por el maestro Carlos Gaviria, educar para la democracia es educar para la autonomía y el pensamiento independiente [2].

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A propósito de la racionalidad tecnológica y/o la lógica del buen vivir

Herbert Marcuse en su ensayo "Algunas implicaciones sociales de la tecnología moderna", devela el tránsito de la racionalidad individual a la tecnológica. Poniendo de manifiesto, la evolución de lo racional en virtud del aparato tecnológico (los artefactos que nos rodean, el uso que les damos y la manera en los que los fabricamos son solo una parte del aparato. También es modo de organización y perpetuación de relaciones sociales; y manifestación del pensamiento y modelos de comportamiento prevalecientes) .

Mientras que la racionalidad individual puede entenderse como el fruto de la reflexión privada del sujeto (sin medios externos) que le sugiere y dicta las normas de arbitrio de la vida en el hogar y la ciudad, a menudo en conflicto con los cánones sociales; la racionalidad tecnológica es el resultado de la aplicación de la técnica eficiente sobre el mundo; una racionalidad reductora, que instituye modelos de juicio común entre los hombres para lo bueno, cómodo y seguro. 

Si bien en el primer caso el hombre se enfrenta a un mundo imperfecto, en contraste, la racionalidad tecnológica parece no ser otra cosa, que la aceptación de que ese mundo ha cambiado, ahora planificado y regulado, es a penas natural el apego a los usos establecidos en su diseño para actuar. En un escenario así, el conformismo es racional, lógico e intuitivo. No cabe la duda. El buen vivir ya fue determinado por otros. Desde el sentido de las vías hasta los lugares de recreo, poseemos los bienes de raciocinios heredados.
"Tomemos un ejemplo sencillo. Un tipo viaja en automóvil a un lugar distante y escoge su ruta en los mapas de carretera. Los pueblos, lagos y montañas parecen obstáculos que ha de superar. El campo está modelado y organizado por la autopista: lo que uno halla en la ruta es un subproducto o anexo de la autopista. Numerosos signos y avisos le dicen al viajero qué hacer o pensar, incluso atraen su atención a las bellezas de la naturaleza o a los mojones históricos. Otros han pensado por él, y quizás para bien suyo. Se han construido miradores para carros en los sitios en que la vista es más sorprendente y amplia. Vallas gigantes le dicen donde detenerse y hacer la pausa que refresca. Y todo esto es en realidad para su beneficio, seguridad y comodidad; él recibe lo que desea". Herbert Marcuse. Algunas implicaciones sociales de la tecnología moderna. 
Las inquietudes no dejan de ser duras y persistentes, ¿acaso, el perfeccionamiento del mundo obedece solo al cierre de la brecha entre los valores ideales, que a su vez no son más que pliegues en la historia según Foucault, y su estado actual?. Si las funciones y propósitos ya están prescritos y lo único que nos diferencia son las cantidades de experiencia y capacitación para tareas estandarizadas (incluyendo el goce y valor de la vida), ¿pensar no es más que perder el tiempo u otra actividad ociosa?. Si esto fuera así, ¿qué valor tiene la reflexión individual, o más allá, la individualidad?.

Para Aristóteles, la virtud del sujeto puede medirse en dos ámbitos, el del hombre y el del ciudadano. La virtud en la esfera pública y privada. La primera, esta dada en relación su apego a las funciones en su organización política (su ciudad); mientras que la segunda se determina con relación al uso de la recta razón, que busca lo bueno y lo justo.

En mi opinión, la falacia de la carencia de valor en la reflexión individual (la que cuestiona y pone en duda) obedece al desvanecimiento de la línea fina entre lo privado y lo público. La existencia de estereotipos (planes ya hechos, listos para vivir, en los que todos cabemos) ha superado la capacidad imaginativa tomando ambos campos, para regocijo de los que se oponen al elogio de la dificultad, adhiriendo al  mismo tiempo hombre y ciudadano al maremágnum social.

En este caso, solo resta, para concluir, recordar la enseñanza de Viktor Frankl, "Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa, la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias, para decidir su propio camino".

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