No sin razón, amplios sectores se han escandalizado con los recientes acontecimientos en la ciudad de París. Voces solidarias se han sumado con un intangible y efímero apoyo a un "Pray for Paris", mientras otros les recuerdan que tragedias similares ocurren a diario en otras regiones (como la nuestra) a manera de reclamo.
El uso sistemático y racional de la extrema violencia no es nuevo y por el contrario ha hecho parte de la historia misma de todos los pueblos. Pasando de oeste a este y viceversa, los excesos se han usado como el instrumento de comunicación e implementación más efectivo en la búsqueda del establecimiento de nuevas formas de poder y el agotamiento de las existentes.
Como señales inequívocas de presencia y ausencia, los usos dados al terror indican y recuerdan la incertidumbre atada al acto de vivir, perdida a causa de la seguridad que nos brindan las áridas rutinas y el confort de los equilibrios sociales que temporalmente se establecen.
Terrorismo, terror y respuesta constituyen una triada común en sentido, e inversa en impacto para opresores y oprimidos, para invasores y rebeldes, para libertadores y tiranos. Hechos comunes al servicio de los fines, de lo que creemos son, dos bandos que allanan el camino para acciones que alientan el pulso de y por el poder.
Casi tan lamentable como la pérdida de vidas en el Medio Oriente y en París, lo es el hecho de que tácitamente con el uso de una (aparente) inteligente indiferencia o una solidaridad manifiesta, servimos a unos y otros, legitimando la estrategia de la guerra.
En mi opinión, en la abundancia y la ausencia de todo que es nuestra vida, vale la pena detenernos y preguntarnos, si acaso fuera relevante, cuál es nuestro papel como individuos y ciudadanos en la definición del orden mundial, y qué curso de acción debemos elegir seguir.
Tal y como expresó Kant, "La libertad es la facultad que aumenta la utilidad de todas las demás facultades".