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A propósito de la calidad del aire en Medellín

Por estos días Medellín nuevamente se encontró en estado de alerta ambiental por su mala calidad del aire. Lejos de ser un escenario atípico, esta situación poco a poco se ha ido normalizando por su recurrencia periódica, y sí pudiera llamarse así, incorporando lentamente en el imaginario colectivo que tienen propios y extraños de la capital antioqueña. Extendiendo así, el rastro de la huella ambiental a la imagen que proyecta la ciudad.

Cada año por la misma temporada, como si se tratase del mítico castigo de Sísifo, la ciudad y sus habitantes cargan con el lastre de la contaminación y las medidas de choque que limitan el ejercicio de la vida en el espacio público; por cuenta del ambiente tóxico que genera la concentración de partículas dañinas en el aire, resultantes de la actividad industrial, la movilización de bienes y personas,  condiciones climáticas adversas y la topografía del territorio. Situación que como todo castigo, conlleva daño, y a simple vista propone contradicciones con soluciones imposibles, como dejar de respirar para no morir y no ejercitarse para estar sano.

Esto podría parecer tolerable para muchos, ya que los ambientes artificiales en los que habitamos diariamente ocultan las nubes grises mientras que las necesidades más apremiantes distraen de los costos sociales del tratamiento paliativo que las autoridades proponen a un problema ambiental con arraigadas e intrincadas causas en las dinámicas urbanas, o en otras palabras, en la manera en la que decidimos (y continuaremos decidiendo, quizá) habitar un territorio con otros.

Así el llamado "cívico" a asumir cada tanto sacrificios en favor del medio ambiente, en vez de generar transformaciones permanentes en la forma en la que nos movilizamos o producimos, refuerza la idea del que "peca y reza empata" como efecto residual de planes y acciones que pretenden demostrar manejos eficientes, contundentes y oportunos a crisis cuyas causas no extinguimos. 

Y es que este asunto, en realidad no es de poca monta. Si bien aún no hay claridad sobre el impacto en la salud de los ciudadanos de Medellín,  la OMS estimó en 2012 que la mala calidad del aire provoca anualmente en todo el mundo 3 millones de fallecimientos prematuros, e instó a mejorar la calidad del aire como  medio para reducir la carga de morbilidad resultante de accidentes cerebrovasculares, cánceres de pulmón y neumopatías crónicas y agudas.

Por supuesto, no hay que desconocer los esfuerzos que varias de las instituciones con incidencia en el diseño de políticas públicas hacen sobre esta situación para mejorar la posición de la ciudad. Planes como el POECA y el PIGECA diseñados por el Área Metropolitana del Valle de Aburrá, para la atención de los eventos de alerta y el direccionamiento de la intervención a largo plazo de las causas estructurales de la mala calidad del aire ayudan, pero son insuficientes por sí solos, si sus principios no se extienden y aplican de manera efectiva a las interacciones sociales.

Así mismo, la reciente renovación del pacto por la calidad del aire, realizada por la Alcaldía de Medellín, es un acto político relevante, que sin embargo, en ausencia de los incentivos adecuados y de acuerdos más comprometedores, sigue siendo insuficiente para impulsar los cambios estructurales requeridos en la forma de habitar y asumir la vida en Medellín.

Algunos ejemplos de soluciones interesantes aunque parciales son: las supercuadras de Barcelona, con fuertes restricciones al tráfico vehicular al interior de los barrios; el diseño y construcción de pequeñas ciudades dentro de la ciudad, que disminuyan la longitud e impacto de los desplazamientos sin perder ejes articuladores globales; el diseño de corredores de movilización de carga por fuera de la ciudad; la resignificación de la compra de un automóvil para evitar que sea visto como símbolo de "ascenso social", y la intervención misma sobre el volumen de desplazamientos rutinarios innecesarios partiendo de la realidad de las relaciones educativas e industriales actuales a la luz de las tecnologías disponibles.

En todo caso, lo interesante de esta crisis (permanentemente recurrente, crónica si se quiere), es que le ofrece la oportunidad a la ciudad de repensarse y reorientar en el mediano y largo plazo las inversiones necesarias para incorporar innovaciones en su configuración y a los ciudadanos la posibilidad de introducir cambios razonables en su forma de habitarla, con el fin de superar de la mejor manera la mala calidad del aire y de paso alcanzar un mejor estándar de vida urbana. Actuando así, quizá, nos evitamos lo de Santiago Nasar.

*Esta reflexión fue publicada originalmente el 23 de marzo de 2018 en la sección de opinión de UdeA Noticias


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