¿Qué tan cerca está Medellín de una crisis por falta de agua?

By Antonio Hoyos Chaverra - junio 30, 2025

La reciente crisis de agua que ha afrontado Bogotá nos deja una lección invaluable: ninguna gran ciudad o región está exenta de enfrentar desafíos asociados al suministro de agua, sin importar cuán robusta sea su economía o su infraestructura. Las presiones demográficas ponen a prueba la capacidad de planeación y gestión del recurso hídrico, y estas, a su vez, marcan los límites del desarrollo urbano. Sin agua no hay vida, y punto. El acceso, la calidad y la conservación del agua son esenciales para garantizar la existencia y el futuro crecimiento de nuestras ciudades.

La seguridad hídrica es un pilar fundamental, tal como afirma la Organización Mundial de la Salud (OMS): “El agua y la salud de la población son dos cosas inseparables. La disponibilidad de agua de calidad es una condición indispensable para la propia vida, y más que cualquier otro factor, la calidad del agua condiciona la calidad de vida. Quienes son responsables del abastecimiento de agua son, en realidad, responsables de la vida que la población lleva.”

En el caso de Medellín, debemos reconocer un hecho doloroso: contamos con grandes recursos hídricos, pero muchos están desaprovechados. El río Aburrá-Medellín, que recorre todo el valle, no es fuente de agua potable para ninguno de los 10 municipios por los que pasa. Una oportunidad perdida, pues su principal servicio se ha reducido tristemente a ser el canal de transporte a cielo abierto de los residuos industriales y domésticos de la ciudad. Desde los años cuarenta, su transformación lo convirtió en eje vial y núcleo industrial, desplazando su función vital como proveedor de agua. Ya en 1931 se había descartado su uso como fuente de abastecimiento por la creciente contaminación, y su deterioro no ha cesado desde entonces.

Esto representa un fracaso urbano: el 90 % del agua que abastece al Valle de Aburrá proviene de otras subregiones de Antioquia, porque el río y sus cerca de 250 afluentes están demasiado contaminados para ser aprovechados. Es un contraste doloroso con el origen de las ciudades, que surgieron a las orillas de los ríos para abastecerse del líquido vital.

En este contexto, Empresas Públicas de Medellín (EPM) es, sin duda, uno de los mayores orgullos ciudadanos: una compañía pública que ha vinculado su historia al desarrollo de la ciudad, más allá de ser solo un prestador de servicios. Gracias a su gestión, el acueducto y el alcantarillado cubren el 100 % de las áreas urbanas del Valle de Aburrá que reúne al 60% de la población de Antioquia. Las principales fuentes de agua son los embalses de La Fe, Riogrande II y Piedras Blancas, que dependen de afluentes externos cada vez más vulnerables a las variaciones climáticas.

Sin embargo, los retos son inmensos. Medellín tiene un consumo per cápita de agua alto, que supera en aproximadamente un 30% los 100 litros diarios necesarios estimados por la OMS y compite por el recurso hídrico con nuevas áreas de desarrollo urbano como el Oriente Antioqueño, que se encuentra en plena expansión demográfica. Las inversiones proyectadas por EPM en infraestructura hídrica hasta 2030 —$3,9 billones en acueducto y $2,5 billones en alcantarillado— son necesarias, pero no suficientes. Necesitamos nuevos embalses, plantas de tratamiento, fuentes potenciales, planeación urbana integrada y sobre todo, fomentar una cultura del uso responsable del agua.


Además, incrementar las fuentes de suministro sin comprometer la calidad es una tarea urgente. La minería ilegal contamina ríos y quebradas con mercurio; excluyendo nuevas fuentes potenciales; y destruye bosques clave para la conservación de los caudales. El cambio climático y fenómenos como El Niño solo agravan el riesgo de desabastecimiento, como ya lo hemos visto con cortes programados en los momentos más críticos.

Por eso, Medellín necesita un plan más ambicioso de aprovechamiento y seguridad hídrica. Limpiar el río Medellín no es solo una cuestión de estética; es una necesidad vital. Requerimos inversiones en nuevas plantas de tratamiento, embalses, normas más estrictas para los grandes desarrollos urbanísticos que empleen agua de manera circular y aprovechen las lluvias, un fondo del agua fortalecido y extendido a más regiones de Antioquia y una red de monitoreo con mediciones en tiempo real. Explorar el potencial de las aguas subterráneas del valle y proteger nuestras cuencas debe ser parte de la agenda.

Al final, la pregunta del título no es retórica: sí, estamos más cerca de lo que creemos de una crisis por falta de agua si no tomamos decisiones audaces y colectivas ahora. Como colectivo, necesitamos conocer nuestros desafíos, ser conscientes de los riesgos que implican y comprometernos con soluciones de largo plazo. La sostenibilidad se construye cada día: con acciones individuales y con movimientos cívicos que propongan, vigilen y apoyen políticas públicas y alianzas entre el sector público y privado para cuidar y aprovechar el agua.

El agua no es un lujo: es la base de la vida y de nuestro futuro. Y sin embargo a diario la empleamos mal, lavamos carros, pisos y baños con agua potable lista para el consumo humano y deterioramos por obra o por omisión las fuentes de agua que tenemos cerca. Iniciativas como Parques del Río, El Museo del Agua, los parques lineales y las Unidades de Vida Articulada (UVAs) de EPM son ejemplos de cómo podemos sembrar en nuestras niñas, niños y jóvenes la conciencia de cuidar el agua. 

Como bien dijo Alejandro Echeverri, arquitecto y urbanista: “Medellín tiene una hidrografía privilegiada que permitiría ofrecer un parque lineal a menos de 15 minutos caminando de cada hogar.” Está en nuestras manos aprovecharla y preservarla. Somos el resultado de nuestras conversaciones, de nuestros actos y de lo que sembramos en la conciencia de las nuevas generaciones. ¿Qué tal si hablamos y actuamos más para cuidar el agua que permite la vida en nuestras ciudades?



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