En los últimos meses por cuenta del proyecto del metro de Bogotá tuvimos una efímera pero sana discusión en el país. Los aproximadamente 15 billones que costaría esta empresa [1], y que pagaríamos todos, nos recordó que este tipo de decisiones hay que tomarlas con seriedad.

Argumentos a favor y en contra no faltaron, desde los más técnicos hasta el más desusado regionalismo se hicieron presentes en la "cruzada" por generar desarrollo y salvaguardar los recursos públicos. Solo dos cosas quedaron claras, el problema de movilidad de Bogotá es muy grave y en Colombia aun sigue siendo pobre la planificación del futuro.

Las propuesta de construir un metro, no es conveniente o inconveniente per se. Si se realiza con el mismo objeto que se construyen más carreteras, con el fin estático de abrir una llave y aliviar el flujo, el proyecto está llamado a fracasar como ha fracasado antes la ampliación y construcción de vías para los vehículos. No hay diferencia esencial entre carreteras para autos y autopistas para personas. Soluciones pasivas a problemas activos.

Si además de lo anterior, el trazado del metro permite inducir una distribución conveniente de los principales nodos origen-destino (viviendas, centros de trabajo y de estudio), sería posible generar en el mediano y largo plazo un cambio estructural que facilite la movilidad, claro está, sin que esto sea suficiente.

Curiosamente, las actuales soluciones a los problemas de movilidad no son nuevas. Estas pueden clasificarse en tres grupos básicos: basadas en el medio de transporte, basadas en la dinámica urbana y mixtas. En el primer grupo encontramos ejemplos como: motocicletas, autobuses, trenes urbanos, teleféricos, tranvías, carpoolling y autopistas; en el segundo grupo podemos encontrar propuestas como las super cuadras de Barcelona, generación de centralidades, teletrabajo y educación virtual, en general, todas aquellas que se enfocan en la reducción del número y distancia de los desplazamientos.

Todas ellas, han alcanzado en su momento logros significativos, pero a todas luces insuficientes. Quizá por ser las repuestas correctas al problema equivocado. Por fortuna, han dejado lecciones de las que todos hemos aprendido.

La comprensión del problema ayuda, ahora sabemos (de nuevo) que no es un asunto de distancia sino de tiempo y acceso a servicios. Sin entrar en detalles, es necesario que pensemos y repensemos nuestras ciudades, que comprendamos que las soluciones actuales siempre se quedarán cortas sino observamos que el problema es como vivimos y no como nos movemos.

Los crímenes de la calle Morgue (The murders of the Rue Morgue), es un relato fantástico de Edgar Allan Poe, en el cual narra la ocurrencia de un crimen inverosímil, al menos en apariencia. Una interesante historia que demuestra que lo que le es oculto a muchos hombres, lo es, por su firme intención de no querer verlo. Un ejemplo, de la idea de Ackoff de que la mayoría de problemas que no pueden resolverse, son "irresolubles", por restricciones autoimpuestas.

En el cuento, Dupin es descrito por Poe, como un hombre solitario, miembro de una familia adinerada caída en desgracia. Practicante del ostracismo, probablemente por el placer que la soledad puede ofrecer sobre el hombre poco convencional. Con la única virtud, quizá, de ser un analista.

Para Poe, analizar es desentrañar, y una cualidad que solo pocos llegan a tener, aunque todos la podemos reconocer por sus resultados. Es en suma, la facultad de resolver. Así mismo indica, que analizar no debe confundirse con la habilidad para calcular, y tampoco con el poder de la atención, si bien estas pueden ayudar. 

En más bien, sino todo, una perspicacia superior. La potestad de ver vínculos en lo que otros no. Una supervisión sobre el mundo que revela respuestas, con certeza fuera de lo común. Sobre el hombre analítico, sobre Dupin, es lo mismo; anota que no se trata de observar sino de saberlo hacer. El analista sabe dirigir su mirada hacia lo que conviene ser notado sin ningún límite.

Por último, Poe nos recuerda que el análisis no debe confundirse con el ingenio, pues si bien el analista necesariamente es ingenioso, el ingenio es una cualidad mejor repartida entre los hombres, más común; y para entender tal diferencia nos invita a pensar en lo que une y separa a la fantasía de la imaginación.

Más allá del placer que suscita una lectura de este tipo, un relato policíaco repleto de detalles que regocijan al lector ávido, este cuento ilustra rasgos distintivos del pensamiento analítico claves en la resolución de problemas. Se me ocurre una pregunta; abierta, inútil, placentera; ¿hay alguna diferencia entre el pensamiento analítico de Poe y el sistémico de Ackoff? 

En los últimos días aconteció la huida de un nuevo alto funcionario del país para evitar las posibles consecuencias de un proceso judicial [1]. Con esta salida, son cuatro los sonados casos en los que personas que han ostentado altas dignidades o funciones del estado deciden evadir la justicia [2].

Más que pensar en la culpabilidad o inocencia de cada una de estas personas, lo que preocupa es la elección por encubrir y oscurecer que han tomado. El argumento de falta de garantías podría ser razonable, no obstante, la acción evasiva no da lugar a encontrar sus fundamentos, por el contrario, la imagen de mártires, pretendida por algunos, es sobrescrita por la de forajidos que responden solo a intereses personales.

Asilados, refugiados, fugitivos, turistas y/o nacionales; los que otrora daban ejemplo de rectitud, hoy predican con sus acciones la cultura de la trampa. "A que no me coge" o "Sálvese quien pueda" parecen ser consignas rectoras de sus acciones.

Entre tanto y tanto, algo parece ser verdad, todos los organismos del estado se encuentran politizados; y sus decisiones unas veces justas y otras estratégicas, llevan la marca de intereses que se imponen sobre los inocentes colectivos contenidos en la constitución. En mi opinión solo quedaría una pregunta, si esto lo saben los que se fueron, desde antes de haber sido requeridos por la justicia, por qué (motivos) aceptaron hacer parte de una estructura viciada.

A pesar de las dudas y lo hechos, lo que más preocupa, es el silencio cómplice por obra y omisión, al que acostumbramos; una autocensura descarada que realizamos a diario para evitar más que la discordia, "tachar" nuestra imagen con una mancha de inconformismo.

Es lamentable observar como las elecciones presidenciales, un proceso que en condiciones ideales debería permitir la renovación del interés ciudadano en el desarrollo del país, se ha convertido en una vergüenza más que contar en las innumerables que nos aquejan.

Esta es una contienda negra en todos los sentidos. Candidatos sucios y acciones sucias que a diario nos sirven como cátedra malvenida para aprender que la ambición lo puede y permite todo, que mentir no es un  problema moral sino una cuestión de fines y usos prácticos. Las elecciones nos enseñan (y recuerdan) que vamos mal, no sólo en el sentido de los economistas.

Al mejor estilo romano asistimos ansiosos al circo. Escándalo tras escándalo descubrimos lo que se oculta tras la fachada de promesas de un mejor futuro, una mano firme, el sosiego de la paz y el debilitamiento de la delincuencia. Candidatos títeres, mal preparados y ambiciosos. 

Y a pesar de todo lo anterior, lo inverosímil a penas se acerca, patéticamente saldremos a votar como marionetas, para ganarnos medio día, a legitimar el sin sentido de elegir lo que sea para que el país prosiga . Participaremos en un proceso electoral que nos lleva por inercia a tomar una "decisión" que sólo le sirve a unos cuantos. Si el fin de las elecciones es escoger lo que nos gusta y conviene al país, en esta ocasión desde ya fracasamos.