En los últimos días aconteció la huida de un nuevo alto funcionario del país para evitar las posibles consecuencias de un proceso judicial [1]. Con esta salida, son cuatro los sonados casos en los que personas que han ostentado altas dignidades o funciones del estado deciden evadir la justicia [2].

Más que pensar en la culpabilidad o inocencia de cada una de estas personas, lo que preocupa es la elección por encubrir y oscurecer que han tomado. El argumento de falta de garantías podría ser razonable, no obstante, la acción evasiva no da lugar a encontrar sus fundamentos, por el contrario, la imagen de mártires, pretendida por algunos, es sobrescrita por la de forajidos que responden solo a intereses personales.

Asilados, refugiados, fugitivos, turistas y/o nacionales; los que otrora daban ejemplo de rectitud, hoy predican con sus acciones la cultura de la trampa. "A que no me coge" o "Sálvese quien pueda" parecen ser consignas rectoras de sus acciones.

Entre tanto y tanto, algo parece ser verdad, todos los organismos del estado se encuentran politizados; y sus decisiones unas veces justas y otras estratégicas, llevan la marca de intereses que se imponen sobre los inocentes colectivos contenidos en la constitución. En mi opinión solo quedaría una pregunta, si esto lo saben los que se fueron, desde antes de haber sido requeridos por la justicia, por qué (motivos) aceptaron hacer parte de una estructura viciada.

A pesar de las dudas y lo hechos, lo que más preocupa, es el silencio cómplice por obra y omisión, al que acostumbramos; una autocensura descarada que realizamos a diario para evitar más que la discordia, "tachar" nuestra imagen con una mancha de inconformismo.